Un rincón en un patio, dos sillas y una mesa.
Sobre ella dos chocolates con nata y una vela.
Un reloj que deja de latir.
Una máscara que se desvanece.
Una sonrisa, una mirada, un descubrimiento.
Una muda melodía.
Sus palabras presionaban su pecho cual masaje cardíaco sobre su tórax, expulsando con cada gesto, con cada cálida expresión, cuanta angustia quedaba acumulada en su trémula garganta. Gradualmente, el agua que ahogaba su ser comenzó a fluir a través de sus ojos.